Si
te ocurre que en tu andar diario arrastras desde hace mucho tiempo o
años, una carga muy pesada o peor aún, depositada sobre tus
hombros y que te impide andar en la libertad que Jesús otorga. Ya
es crónica y puede representar una enfermedad física, emocional o
espiritual. un temor específico, un problema laboral. familiar. un
rasgo de carácter negativo hereditario. ( y qué voy a hacer, lo
heredé!), una adicción, un vicio, malas compañías…
Lamentablemente,
te acostumbraste a andar con ella o crees que ya pasó mucho tiempo y
nada se puede hacer. O puede ser que tal vez, percibas que hay algo
que te obstaculiza desde hace años, pero aún no lo identificaste.
Puede ocurrir que llegues a ser prisionera de esta “carga”,
viviendo sometida a ella y hasta encerrada en una jaula de oro, a
veces, y otras, en una jaula miserable. Pero prisionera, al fin.
JESÚS VINO A LIBERTAR A LOS CAUTIVOS. De acuerdo a la Palabra de
Dios, no existen puertas cerradas que tú no puedas cruzar si quieres
ir al encuentro del Señor Jesús para que Él te libere.
MARCOS
2: 1-12.
Curación
del paralítico de Cafarnaúm.
Mosaico de S. Apollinare Nuova, S.VI
Ravenna, Italia.
Jesús
estaba en casa y se agolpó mucha gente en la puerta. Él les
predicaba la Palabra. Entonces aparecieron cuatro hombres cargando un
lecho con un paralítico, quienes haciendo una abertura en el techo,
lo bajaron por ahí.
Al
ver Jesús la Fe de ellos, le dijo al enfermo:
-“Hijo,
tus pecados te son perdonados… Levántate, toma tu lecho y vete a
tu casa”. ¡Y así fue!
MARCOS
5: 1-20.
Jesús
descendió de la barca en la región de los gadarenos. Y vino a su
encuentro un hombre con un espíritu inmundo,(llamado legión: pues
eran muchos demonios), que moraba en los sepulcros y nadie lo podía
dominar. Cuando lo vio a Jesús de lejos, corrió y se arrodilló
ante Él. Jesús le ordenó al espíritu inmundo que lo abandone. ¡El
hombre quedó libre!
JUAN
5: 1-9.
En
el estanque de Betesda yacía una multitud de enfermos. Entre ellos
había un hombre que hacía 38 años padecía de parálisis. Cuando
Jesús pasó y lo vio acostado, le preguntó:
-¿Quieres
ser sano?
-Señor:
el primero que desciende después del movimiento del agua queda sano.
Yo no tengo quien me meta en el agua y otro siempre me gana en
llegar.
-Levántate,
toma tu lecho y anda. ( le dijo Jesús).
¡Y
así fue!
En
el primer caso, fueron los amigos quienes al enterarse de que Jesús
estaba en el lugar, decidieron actuar a su favor, ya que por él
mismo no podía llegar a Jesús. Fue tal su decisión, que no
hicieron caso de los obstáculos que se les presentaban, ¡y lo
bajaron por el techo!
En
el segundo caso, el hombre endemoniado ya estaba acostumbrado a que
otros hombres vinieran a maltratarlo, a atarlo con cadenas y grillos…
Nadie curaba sus heridas que él mismo se hacía con piedras. Vivía
en los sepulcros donde reinaba la muerte. De día y de noche gritaba…
Cuando de lejos reconoció a Jesús, corrió a su encuentro, se
arrodilló y lo adoró.
En
ambos casos, los hombres fueron al encuentro de Jesús.
En
el tercer caso, Jesús movido a misericordia se acercó al hombre y
le ofreció sanidad. No lo sanó directamente, sino que le preguntó
si quería ser sano, pues Él no impone nada a nadie. Muchas personas
viven cómodas en sus jaulas. No anhelan recibir la libertad de parte
de Jesús. Cuando el hombre le manifestó que quería ser sano, ahí
Jesús lo liberó.
Imposibilitados.
Prisioneros. Querían ser libres. Lo intentaban una y otra vez, pero
no lo lograban. A pesar del tiempo transcurrido, treinta y ocho años
en un caso, perseveraban para alcanzar su liberación. ¡Hasta que
apareció Jesús!
El centurión respondió: -"Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo, mas solamente dí la palabra y mi criado será sanado". -"Ve y como creíste te sea hecho" (Mateo 8: 6-10).
Si
tú aún no eres libre en Jesús, porque no lo has recibido como tu
Salvador Personal, o, eres cristiano pero reconoces que aún
arrastras una “carga” o que eres “prisionero” de algo, te
invito a que vayas al Encuentro del Señor Jesús, te postres
delante de su Presencia y le adores como Dios.
Ábrele
tu corazón y permite que su Luz Divina te ilumine por completo, para
confesar todo pecado reciente, antiguo, escondido…
Confiésale
a Jesús cuál es tu situación y declárale que crees que sólo Él
puede darte la liberación que tanto anhelas. No hace falta un gran
espectáculo ni emocionalismo.
A
semejanza del centurión, con sencillez y humildad, creyendo que
Jesús dijo: “Al que a Mí viene no le hecho fuera”, postrado
ante Él, realiza tu petición: - “Señor Jesús: solamente dí la
Palabra y seré libre de ……….."
¡Gracias
Señor Jesús! ¡Alabemos a Dios!
“VETE
A TU CASA, A LOS TUYOS, Y CUÉNTALES CUÁN GRANDES COSAS EL SEÑOR HA
HECHO CONTIGO, Y CÓMO HA TENIDO MISERICORDIA DE TI.” Sr. Jesús.
(Marcos 5:19).
(Elena Sanfilippo Ceraso
viernes 19/06/2015)
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