Aunque
llovía, salí a comprar pan por la mañana. En el camino, encontré
un pichoncito, que con mucha dificultad, totalmente empapado y
tiritando, se arrastraba por la vereda. Por un día y medio, había
llovido torrencialmente, con truenos, relámpagos y mucho viento. ¡Un
tormentón! El pobrecito, se había caído del viejo árbol donde
estaba el nidito donde nació, su hogar.
Lo
miré. Era un guerrero luchando por sobrevivir. No se entregaba,
aunque estaba shockeado, confundido, con miedo. Se arrastraba sin
saber hacia dónde ir. Por el golpe sufrido, seguramente, no podía
tenerse en pie. Ya no le quedaban fuerzas. Estaba desorientado, solo,
abandonado… Su pequeño corazoncito latía con tanta fuerza que
parecía que iba a explotar. Estaba tan lejos de la protección, el
cuidado y la provisión de sus padres. Quería volar, pero aún no
podía.
Me
acerqué para socorrerlo. Intentó huir de mí. Lo levanté del
suelo. Lo puse en la palma de mi mano y se restableció en la tibieza
del lugarcito. Así caminé varias cuadras y cuando llegué, lo puse
en una caja arropadito. Descansó. Ya no tenía temor. Se dejaba
mimar y alimentar.
Mirándolo,
retrocedí en el tiempo, a mis 26 años, y recordé cuando el Buen
Pastor salió a buscarme.
Las
tormentas de la vida, con sus truenos, relámpagos y vientos, me
habían llevado lejos del nido, del hogar de mis padres. Estaba
desorientada, había perdido el rumbo, o quizás, el rumbo por el que
mis padres me guiaron era erróneo. Y, como el pichón, me faltaban
las fuerzas, no podía caminar y me arrastraba por la vida.
¡Qué
pesado se me hacía vivir!
Deambulaba
sola por las calles de la gran ciudad de Buenos Aires, capital de la
República Argentina, buscando, buscando, buscando… Buscaba ese
algo que le diera sentido a mi vida.
Aunque
era una buena religiosa y siempre lo había sido, ahora me daba
cuenta que ya no era suficiente para mí.
Desde
niña había realizado largas procesiones junto a mi familia y
amistades, realizaba promesas y pactos a la "Virgen y a los santos", adoraba imágenes, le
rezaba a estampitas. Todo esto, mezclado con un poco de adivinación,
amuletos para protección, horóscopos, cartas para averiguar lo que
me deparaba el futuro. Y, por supuesto, lo infaltable: ¡muchas
buenas obras! para comprar mi “salvación”.
Ya
en esta ciudad, cada día iba a una iglesia católica romana, cercana a
donde vivía, me tiraba a los pies de un crucifijo enorme y
lloraba delante de esa estatua. ¡Cuántas preguntas sin respuesta!
Quién era, por qué había nacido, para qué vivía, hacia dónde
iba…
Buscaba
con desesperación una luz que iluminara las tinieblas donde me
encontraba. ¿Qué sentido tenía trabajar y trabajar más de doce
horas diarias, sólo para cubrir mis necesidades básicas y en una
ciudad aún desconocida para mí?
Sobrevivir.
Luchar día a día para sobrevivir. Muchas veces sufrí frío,
hambre, soledad, angustias... Me enfermaba frecuentemente con
infecciones diversas.
Y
frente al crucifijo clamaba:
-¡Dios
mío! ¿Qué voy a hacer? ¡Respóndeme cuando a Ti clamo!
Pero
Jesús se quedaba ahí, colgado en la cruz, sin responderme.
Y,
una vez más, yo me volvía sola al lugar donde vivía. De noche
dormía con la luz encendida. Tenía miedo. No descansaba.
Hasta
que un día, en mi trabajo, alguien me dio un folleto para hacer un
curso bíblico gratuito, por correo. Era de Cruzada Argentina a Cada
Hogar. Cuando lo terminé, su Director Rino Bello me envió por
correo mi Primera Biblia, con fecha 22-02-1985, y me decía:
“Dios
le hablará cada día a través de estas páginas, en las que
encontrará al Señor Jesucristo y Su Amor por Usted. Salmo 119:105.”
¡Mi
primera Biblia! Aún la uso, aunque tengo otras. Está tan gastada,
coloreada, subrayada, sueltas algunas hojas y con anotaciones…
Luego,
otra persona me invitó a su Iglesia, era evangélica.
La
Predicación me traspasó. El predicador habló de ¡Jesús
Resucitado! Dijo que está vivo, y que la Cruz está vacía. Que
podía hablar cara a cara con Él. Pero que era yo quien debía tomar
una decisión fundamental. En ese momento comprendí el Plan de
Salvación de Dios para mi vida, me arrepentí de mis pecados, Jesús
me perdonó, me limpió con su Sangre Preciosa, me sacó de tinieblas
a Luz, me rescató de la servidumbre y esclavitud al diablo para
hacerme Hija de Dios, Ciudadana Celestial e integrante de la Familia
de Dios.
¡Al
fin, había encontrado mi Nidito! Y dejé de arrastrarme por la vida,
porque Jesús, mi Creador, el Dador de Vida, la Vida misma, me dio
Nueva Vida y alas para volar.
Sí,
el Señor Jesús, el Buen Pastor. me levantó, me abrazó, me cobijó
en sus brazos, me mimó, me sanó, me restauró, me alimentó y me
reconfortó.
¡Y
al fin reposé!
Mi
dibujo sobre Yo Soy Jehová, el Dios Eterno es así, (Salmo 39:7/
Isaías 40:26-31):
El
24-03-1985 experimenté, a los 26 años, el Nuevo Nacimiento por obra
del Espíritu Santo, al recibir a Jesús como mi Salvador Personal.
Luego de un discipulado, me bauticé el 29-09-1985.
A
partir de ahí mi vida tuvo sentido. ¡No más interrogantes! Terminó
mi “crisis existencial”. Mi único anhelo era
servir al Señor Jesús cada día y en el lugar donde estuviera. ¡Ya
no dormía con la luz encendida! Jesús guardaba mis sueños, velaba
por mí. ¡Fuera el miedo y la ansiedad por el futuro! Había
encomendado mi Camino a Jesús, confiaba en Él y Él haría.
¡Estaba
tan agradecida a Dios! ¡Cómo me había cuidado de tantos peligros
en la gran ciudad! En realidad, me había protegido siempre, sin
saberlo. Aún cuando era una buena religiosa, que cada día pasaba
por la iglesia católica romana, un ratito, a hablar con un Cristo muerto,
crucificado. Cuando tuve un Encuentro Personal con el Señor Jesús,
todo mi pasado, presente y futuro, toda mi vida, pasaron a
pertenecerle.
En
ese DÍA INOLVIDABLE, el 24-03-1985, cuando regresé al lugar donde
vivía, me deshice, quemé o destruí todo lo que el Espíritu me
mostró que no le agradaba a Dios: cosméticos, ropa de moda, libros
que no me edificaban, música del mundo, imágenes, estampitas,
cuadros religiosos, etc. Mi vocabulario cambió. Mis amistades
también, aunque eran buenas personas, no me edificaban. Todos
comenzaron a notar mi repentino Cambio, no me reconocían, ¡era otra
persona!, decían y se acercaban a preguntar el motivo. Yo les
testificaba acerca del Señor Jesús. Por supuesto, comenzaron a
decirme que estaba “loca”. ¿Qué era eso de no REZAR más? ¿A
quién se le ocurría HABLAR con Dios, cara a cara, por medio del
Señor Jesús? ¡Era una locura! ¿Que las buenas obras no son
necesarias para la Salvación? ¿Que la Salvación es por Gracia,
SOLAMENTE por Fe en el Señor Jesús? ¡Qué disparate! ¿Dónde te
metiste?, me decían.
Y
yo no me cansaba de repetir:
JESÚS
SALVA, SANA, SANTIFICA Y VUELVE OTRA VEZ.
Agradecí
a Dios por Colosenses 2:8-15.
Mi
dibujo de Acción de gracias por la Salvación recibida de Dios, es
así:
Soy
la única cristiana en mi familia. Todos son católicos romanos y buenos
religiosos, como lo era yo antes, y viven inmersos en la idolatría.
Por
mi parte, comencé a orar, interceder, ayunar, velar, asistir a la
Iglesia. Me becaron y estudié Teología. Pero no es fácil
permanecer en el Camino. Aprendí a memorizar Promesas, versículos
bíblicos, a dibujarlos, a hacer carteles con ellos y a pegarlos al
lado de mi cama, etc.
Muchas
veces me pregunto cómo hice para vivir sin el Señor Jesús hasta
los 26 años, porque la vida sólo tiene sentido cuando uno hace su
Voluntad.
El
24 de marzo cumplo 31 años desde mi Nuevo Nacimiento en Cristo
Jesús. ¡Ése es el día de mi cumpleaños!
“El
que no naciere de nuevo no puede ver el Reino de Dios”, le dijo
Jesús a Nicodemo.
Lo
vivido antes de los 26 años ya ni lo recuerdo. ¿Cómo lo voy a
recordar, extrañar, anhelar, si cuando lo viví “estaba muerta en
mis delitos y pecados”?
Por
eso, predico a Jesús Crucificado y Resucitado. Soy una cristiana bíblica
porque Él cambió mi vida, tuvo misericordia de mí, me amó y me
rescató.
Jesús
es el Único Mediador entre Dios y los hombres. En ningún otro hay
Salvación. Él es el Camino, la Verdad y la Vida, nadie va al Padre,
sino es por Él.
¿Te
animás a dibujar esta hermosísima escena de Juan, cap. 10?
El
Pastor de las ovejas entra por la Puerta del redil, la abre y las
ovejas oyen su voz. Y a sus ovejas llama por su nombre y las saca. Y
cuando ha sacado fuera todas las propias, va delante de ellas. Y las
ovejas le siguen, porque conocen su Voz. ¿Cuál de las ovejas eres
tú?
ORO
por ti, para que seas parte del rebaño.
Medita
en Colosenses 2:8-15. Ora a Dios y agradécele por su Obra
maravillosa a favor de ti.
(Elena Sanfilippo Ceraso
viernes 19/02/2016)
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