“…y
Judas Iscariote, el que le entregó.” (Marcos 3:19)
“…el
Espíritu Santo habló antes por David, acerca de Judas, que fue guía
de los que prendieron a Jesús y era contado con nosotros y tenía
parte en este Ministerio…” (Hechos 1:15-17)
“…mas,
¡ay de aquel hombre por quien el Hijo del Hombre es entregado!”
(Marcos 14:21)
Lectura:
Mateo 25:26
Jesús
estaba hablando acerca de su Regreso en Gloria con todos sus santos
ángeles y que como Rey, sentado en su Trono de Gloria, juzgaría a
las naciones y a las personas, mencionando la existencia de dos
lugares: el infierno y el Reino de Dios.
¡Palabras
matadoras! Imposible resistirse y no actuar al escucharlas. Ante un
mensaje tan claro y con potencia de Dios, ¿quién no iba a tomar una
decisión fundamental para su vida?
Luego,
a solas, dijo a sus discípulos lo que iba a ocurrirle a la
brevedad, se podría decir ¡ya, ahora!
-“Sabéis
que dentro de dos días se celebra la Pascua y el Hijo del Hombre
será entregado para ser crucificado.”
Mientras,
los principales sacerdotes, los escribas y los ancianos del pueblo se
reunieron en el patio del Sumo Sacerdote Caifás, para planear cómo
y cuándo prender a Jesús para matarlo.
Judas
Iscariote fue a ellos y les dijo:
-“¿Qué
me queréis dar y yo os lo entregaré?
Buscaba
entonces Judas la oportunidad para entregarle.
Estaba
Jesús reunido con sus discípulos, menos Judas, hablándoles de su
cercana muerte y de que no quedarían solos. Les enseñó a orar al
Padre en Su Nombre: “TODO CUANTO PIDIEREIS AL PADRE EN MI NOMBRE OS
LO DARÁ.” (Juan 16:16-24) Oró al Padre por ellos y por los que
iban a creer por medio de su palabra, para que sean guardados del
mal.
Luego,
salieron hacia un huerto. (Juan 18:2)
Judas,
que conocía ese lugar, pues había ido con ellos muchas veces, tomó
una compañía de soldados y alguaciles y fueron allí con linternas,
antorchas, armas y palos.
El Señor le dijo al verlo venir como guía
frente a la turba:
Judas
había sido elegido con los otros discípulos luego que Jesús pasara
toda la noche orando en el monte. Era uno de los doce, así lo
llamaba la gente, así identificaban a cada uno de los discípulos
del Señor.
El Señor llamó a Judas “el hijo de perdición”.
(Juan 17:12).
Por
treinta piezas de plata, equivalente al precio de un esclavo, entregó
a Jesús. Y sabía a qué lo exponía: al vituperio, a la
humillación, a la tortura, al falso testimonio de testigos
comprados, a la traición del pueblo al que tanto bien le había
hecho, (¿dónde había quedado la “entrada triunfal” de Jesús
en Jerusalén sobre un pollino, acompañado de palmas arrojadas a su
paso y cánticos?), a las autoridades religiosas que lo odiaban, lo
celaban, querían verlo muerto hacía tiempo ya.
Él, que había estado al lado de Jesús las veinticuatro horas, y como
cuenta la Biblia, era “el encargado de la bolsa” y metía siempre
la mano en ella. No le importó tampoco el sufrimiento de la madre de
Jesús, María, a quien conocía muy bien.
Judas
era esclavo de la codicia. Sólo pensaba en las treinta monedas de
plata que recibiría y nada más.
MATEO
27:3-6
Mateo
nos cuenta el final de la historia para Judas. Narra que cuando Judas
vio que condenaban a Jesús, devolvió arrepentido las treinta piezas
de plata a los principales sacerdotes diciendo:
¡Qué
remordimiento! Tomó conciencia de su terrible pecado: ¡había
entregado sangre inocente! Cuánto sufrimiento le estaba ocasionando
a Aquel que lo había elegido y dado parte en su Ministerio. Las
palabras de Jesús latían en su mente, de día y de noche… ¡Sentía
culpa!
“El
Espíritu es el que da Vida… Pero hay algunos de vosotros que no
creen.” Porque Jesús sabía desde el principio quiénes no creían
y quién le había de entregar. “¿No os he escogido Yo a vosotros
los doce, y uno de vosotros es diablo?” (Juan 6:64,70,71) “Uno
de vosotros me va a entregar” (Juan 13: 21-26)
Pero,
regresemos a la escena anterior y veamos qué le contestaron los
sacerdotes a Judas:
-“¿Qué
nos importa a nosotros? ¡Allá tú!"
¡Pobre
Judas! Tanto tiempo con Jesús y no había creído en Ël. No creía
en Jesús, por eso no fue ante Él a pedirle perdón. ¿Cuántas
veces lo había escuchado perdonando pecados? ¡Cuántas veces lo
escuchó decir una y otra vez: “Arrepentíos, el Reino de Dios se
ha acercado a vosotros.”
Judas
pensaba que el mensaje era para los otros, no para él.
Al
reconocer su pecado, arrepentido fue a la “religión”, quien no
tiene compasión de nadie. La religión, con sus sacerdotes,
ancianos, leyes para cumplir, rituales, mantiene a las personas
religiosas cautivas, ciegas y por más que se reconozcan pecadoras,
no les ofrece perdón ni Vida Eterna.
¡SÓLO
JESÚS OFRECE PERDÓN Y VIDA ETERNA AL PECADOR ARREPENTIDO!
La
religión representa todos los esfuerzos que el hombre realiza para
llegar a Dios. Pero está llena de codicia, mentiras, corrupción,
asesinatos, ambición de poder político, intrigas, intereses
personales…
Con
esta respuesta se encontró Judas: “¿Qué nos importa a nosotros?
¡Allá tú!”
Y
se ahorcó.
¿Y
los sacerdotes? Eran los ministros especialmente designados para el
culto. Eran los mediadores, intercesores entre el hombre y la
Divinidad. Constituían un grupo especial.
El Día de la Expiación
el Sumo Sacerdote ingresaba en el Lugar Santísimo y por medio del
sacrificio de expiación se daba satisfacción por la comunidad, por
las personas que habían caído en culpa por los pecados que ofendían
a Dios. Ese día, Dios los perdonaba.
Judas
arrepentido, buscó a los sacerdotes y les confesó: -“Yo he pecado
entregando sangre inocente.” ¡Fue con su pecado a los sacerdotes
asesinos de Jesús! ¿Qué otra respuesta esperaba, más que la
recibida? Para los religiosos como Judas, el único camino era ir a
los sacerdotes para limpiarse de sus pecados y cumpliendo con las
exigencias de la Ley, de la religión.
JESÚS
ES EL GRAN SUMO SACERDOTE, que una vez por todas, entró en los
cielos, adquirió para nosotros la Salvación y con ella el perdón
de pecados y la justificación del pecador, haciendo inútiles los
sacrificios de la expiación. Jesús, el cordero sin mancha,
derramando su Sangre preciosa por amor a nosotros.
En eso, Judas
estaba acertado: “Yo he pecado entregando sangre inocente”. Y se
ahorcó.
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“Como me envió el Padre Viviente y Yo vivo por el Padre, así mismo el que me come, él también vivirá por Mí”. (Juan 6: 25-71)
“Como me envió el Padre Viviente y Yo vivo por el Padre, así mismo el que me come, él también vivirá por Mí”. (Juan 6: 25-71)
Esto
dijo Jesús en la sinagoga, enseñando en Capernaún. Al oír estas
palabras, muchos de sus discípulos dijeron: -“Dura es ésta
Palabra, ¿quién la puede oír?” Y se volvieron atrás, dejando a
Jesús y abrazando nuevamente su religión.
Entonces
Jesús dijo a los doce:
-“¿Queréis
acaso iros también vosotros?
-Señor,
¿a quién iremos? Sólo tú tienes Palabras de Vida Eterna. Y
nosotros hemos creído que Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios
Viviente." Pero Pedro estaba equivocado al hacer esta declaración
pública por los doce. De inmediato, Jesús lo corrigió diciendo que
de los doce que Él escogió, sabía que uno era diablo y que lo iba
a entregar.
Y
TÚ, ¿A QUIÉN VAS CON TUS PECADOS?
- A la religión: pues crees que Jesús solamente fue un inocente condenado injustamente, por un discípulo traidor y entregador.
- A Jesús: pues crees que Jesús es Dios y te está esperando para perdonar tus pecados y darte Vida Eterna. Si ésta es tu Fe, te invito a que repitas con un corazón sincero y en oración:
“Padre
Nuestro: Yo creo que soy pecador/a, pero te pido perdón. Ten
misericordia de mí. Perdona todos mis pecados. Yo acepto de todo
corazón a Jesús como mi Salvador Personal. Creo que murió por mí
en la Cruz del Calvario ocupando mi lugar y derramando su preciosa
Sangre. Te entrego toda mi vida y te doy gracias por una Salvación
tan grande. En el Nombre de Jesús. Amén.”
(Elena Sanfilippo Ceraso
sábado 11/07/2015)
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