La Biblia
es la Palabra de Dios, inspirada, infalible e inerrante. Toda ella es
verdadera (Sal. 119.160), perfecta, firme, recta, pura, buena y justa
(19:7–11). Ella contiene todo lo que necesitamos saber acerca de
nosotros mismos y de Dios (Dt. 29.29), y nos fue entregada y
preservada por el Espíritu Santo para efectos de que creamos en
Cristo y tengamos vida en su nombre (Jn. 20.31) reteniendo y
practicando la sana doctrina vertida en cada una de sus páginas (2
Tes. 2.15). No fue el deseo de nuestro Padre que nos quedáramos
hilvanando confusamente entre un libro y otro, sino que ordenó todo
para que su Espíritu nos guiara a toda la verdad (Jn. 17.17).
En esta
tesitura, nosotros reconocemos que en torno a la enseñanza acerca
del gobierno de “la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte
de la verdad” (1 Ti. 3.15), el Señor dejó instrucciones precisas,
claras y asequibles a todos los hermanos, de modo que no fuera
difícil ser fieles a la verdad. Empero, hoy la Iglesia está siendo
gobernada por mujeres que enseñan desde los púlpitos sin reparar en
una frontal violación al diseño de Dios para su Iglesia y sus
vidas. No me ocuparé aquí de justificar al Señor tratando de
ablandar esta verdad bíblica para las hermanas. No porque nos las
estime sino porque creo que en muchos otros asuntos graves no cejamos
en denunciar la apostasía y error, mientras que al parecer este
yerro premeditado pasa desapercibido en muchas comunidades
cristianas.
(P)ues no permito que la mujer enseñe ni ejerza dominio sobre el hombre, sino que guarde silencio. Porque primero fue formado Adán, y después Eva; y el engañado no fue Adán, sino que la mujer, al ser engañada, incurrió en transgresión (1 Ti. 2:12–14).
En el
estudio de la Biblia se distinguen entre las costumbres y los
principios. Las costumbres son aquellas áreas en la Biblia donde se
demandó o aceptó una situación en un contexto histórico
inmediato. Este es el caso, por ejemplo, de Lc. 10.4 donde Jesús
mandó a los discípulos (los setenta y dos) a no llevar bolsa, ni
alforja, ni calzado, y que no se detuvieran a saludar a nadie. Un
principio, en cambio, es una norma que Dios estableció para que
todos la cumpliesen en todas las épocas por venir. Es el caso,
también por ejemplo, de la prohibición de la fornicación en 1 Tes.
4:3 y ss.
¿Cómo
sabemos qué es un principio transcultural y qué es una costumbre en
la Biblia? A veces puede ser difícil pero en el caso de 1 Ti.
2:12–14, que prohíbe a las mujeres enseñar a los hombres, no lo
es. Esto se debe a que la prohibición está basada apelando al orden
de la creación. El apóstol indica que esta regla tiene su origen en
el Génesis, aún antes de la caída, ya que apunta al hecho de que
Adán fue creado primero. Esta apelación a la creación es usada en
otros lugares como ocurre en el caso de Jesús al enseñar sobre el
matrimonio en Mc. 10:7–8. Allí, el Señor cita Gn. 2.24 para
adoctrinar acerca de la unión sagrada entre los cónyuges. Lo mismo
pasa con Pablo cuando habla acerca de la sumisión de la esposa al
esposo y el amor entre ambos en Ef. 4.31. Estas reglas al igual que
las que tocan el gobierno de la Iglesia trascienden la cultura.
Así
que el apóstol Pablo ordena a la Iglesia de Cristo que solo los
hombres posean un estatus de liderazgo en la misma, lo cual incluye
la exclusividad de la predicación durante la asamblea solemne el día
del Señor a cargo de los varones. La expresión: “que la mujer no
ejerza dominio sobre el hombre” lleva en sí un elemento gramatical
usado en las gestiones judiciales (authenteo). De
manera que se entiende que las mujeres tampoco pueden ser oficiales
de la Iglesia, quienes son al final los que dirigen y pastorean a la
grey de Cristo. De hecho, del contexto de 2 Ti. 2.12 se descubre que
bajo la influencia de los falsos maestros algunas mujeres habían
tomado cargos de liderazgo en la congregación y Pablo estaba allí
para corregirlos.
Esta
prohibición a las mujeres no es absoluta. La Biblia no ordena que
las mujeres callen bajo cualquier circunstancia. 1 Ti. 2.11 dice que
ellas deben aprender en silencio y con toda sujeción, pero 1 Co.
11.5 registra que las mujeres de hecho oraban y hablaban durante el
culto cristiano. Así las cosas, el silencio y sujeción de la mujer
en la Iglesia debe entenderse como una señal de respeto y sumisión
ante el gobierno de los ancianos. Las hermanas santas y honorables se
sujetarán -como el resto de los varones que no son oficiales de la
Iglesia- a la enseñanza y guía de los hombres (1 Ti. 3: 1 y ss;
Ti.1:5 y ss.) que fueron ordenados al santo ministerio pastoral y al
santo ancianato.
Como se
puede observar, esta regla respecto a las mujeres cristianas no se
basa en la capacidad intelectual, moral ni fortaleza espiritual de
hombres y mujeres, sino en un orden de gobierno que Dios dispuso
porque así lo quiso desde el principio (1 Ti. 2.13), obedeciendo al
diseño con que nos creó. Abundan las hermanas que superan a los
hombres en grados académicos teológicos, que poseen una enorme
capacidad comunicativa y expositiva de la Palabra, que llevan vidas
de profunda comunión con Dios y saben comunicar el consejo santo a
los demás. Hoy en día, en el trágico escenario evangélico, no es
raro hallar hermanas cuya devoción al estudio bíblico sistemático
supera el de ancianos y diáconos con creces. Esta es una vergüenza
no porque se trate de mujeres superando a los hombres -lo cual es
irrelevante a la discusión- sino porque los oficiales de la Iglesia
deberían ser los más responsables y adelantados en estas tareas
pastorales. Pero a pesar de todo esto, Dios dejó registrado que las
mujeres no accedieran al pastorado y no tomaran la enseñanza en su
poder.
Esta es
la posición bíblica que me parece más clara y que deseo que mis
hermanas comprendan, para la gloria de Dios.
(http://www.semillabiblica.org/?p=209)
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