Adoptado por la Cámara de Obispos
Chicago, 1886
Nosotros, Obispos de la Iglesia Protestante Episcopal en los Estados Unidos de América, reunidos en Concilio, como Obispos en la Iglesia de Dios, por este medio declaramos solemnemente a todos los que concierna, y especialmente a nuestros hermanos cristianos de las distintas Comuniones en esta nación, quienes, en sus diversas esferas, han luchado por la religión de Cristo:
1. Nuestro ferviente deseo de que la oración del Salvador: "Que todos seamos uno", en su sentido más profundo y verdadero, se cumpla apresuradamente;
2. Que creemos que todos los que han sido debidamente bautizados con agua, en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, son miembros de la Santa Iglesia Católica;
3. Que en todas las cosas de orden o elección humana, en relación a las formas de culto y disciplina, o a las costumbres tradicionales, esta Iglesia está dispuesta a renunciar, con espíritu de amor y humildad, a todas sus propias preferencias;
4. Que esta Iglesia no busca absorber a otras Comuniones sino, cooperando con ellas sobre la base de una Fe y Orden común, desaprobar todo cisma, sanar las heridas del Cuerpo de Cristo y promover la caridad, que es la mayor de las gracias cristianas y la manifestación visible de Cristo al mundo;
Pero además, por este medio afirmamos que la unidad cristiana...puede restaurarse únicamente con el regreso de todas las comuniones cristianas a los principios de unidad ejemplificados por la Iglesia Católica indivisa durante las primeras épocas de su existencia; principios que creemos constituyen el depósito substancial de Fe y Orden cristiano confiado por Cristo y sus apóstoles a la Iglesia hasta el fin del mundo y, por lo tanto, no admite compromiso ni capitulación por aquéllos que han sido ordenados para ser mayordomos y depositarios a beneficio común e igual de todos los hombres.
Como partes inherentes de este sagrado depósito y, por consiguiente, esenciales para la restauración de la unidad entre las ramas divididas de la cristiandad, reconocemos las siguientes:
1 Las Sagradas Escrituras del Antiguo y Nuevo Testamento, como la Palabra revelada de Dios.
2. El Credo Niceno, como la declaración suficiente de la Fe cristiana.
3. Los dos sacramentos -el Bautismo y la Cena del Señor - administrados con el uso indefectible de las palabras de institución de Cristo y los elementos ordenados por él.
4. El Episcopado Histórico, adaptado localmente en los métodos de su administración a las diversas necesidades de las naciones y pueblos llamados por Dios a la unidad de su Iglesia.
Además, profundamente apesadumbrados por las tristes divisiones que afectan la Iglesia cristiana en nuestra propia nación, por este medio declaramos nuestro deseo y disposición, tan pronto haya alguna respuesta autorizada a esta Declaración, de entrar en diálogo fraternal con todos o cualesquiera de los Cuerpos cristianos que buscan la restauración de la unidad orgánica de la Iglesia, con el propósito de estudiar diligentemente las condiciones por las cuales se pueda llevar a cabo tan inestimable bendición para alegría de todos.
Nota: Aunque el Cuadrilátero en la forma antes citada fue adoptado por la Cámara de obispos, no fue promulgado por la Cámara de Diputados, sino fue incorporado en un plan general, referido para su estudio y acción a la recién creada Comisión Conjunta sobre la Unidad Cristiana.
Conferencia de Lambeth de 1888
Resolución II
Que, en la opinión de esta Conferencia, los siguientes Artículos proporcionan una base sobre la cual acercarse, con la bendición de Dios, a la Unidad Cristiana:
(a) Las Sagradas Escrituras del Antiguo y Nuevo Testamento, que "contienen todas las cosas necesarias para la salvación", como la regla y última norma de Fe.
(b) El Credo de los Apóstoles, como símbolo Bautismal, y el Credo Niceno, como declaración suficiente de la Fe cristiana.
(c) Los dos sacramentos ordenados por Cristo mismo -el Bautismo y la Cena del Señor - administrados con el uso indefectible de las palabras de institución de Cristo y los elementos ordenados por él.
(d) El Episcopado Histórico, adaptado localmente en los métodos de su administración a las diversas necesidades de las naciones y pueblos llamados por Dios a la unidad de su Iglesia.
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