jueves, 23 de julio de 2015

Mujeres en el púlpito: la perspectiva bíblica (por Juan Paulo Martínez)


La Biblia es la Palabra de Dios, inspirada, infalible e inerrante. Toda ella es verdadera (Sal. 119.160), perfecta, firme, recta, pura, buena y justa (19:7–11). Ella contiene todo lo que necesitamos saber acerca de nosotros mismos y de Dios (Dt. 29.29), y nos fue entregada y preservada por el Espíritu Santo para efectos de que creamos en Cristo y tengamos vida en su nombre (Jn. 20.31) reteniendo y practicando la sana doctrina vertida en cada una de sus páginas (2 Tes. 2.15). No fue el deseo de nuestro Padre que nos quedáramos hilvanando confusamente entre un libro y otro, sino que ordenó todo para que su Espíritu nos guiara a toda la verdad (Jn. 17.17).
En esta tesitura, nosotros reconocemos que en torno a la enseñanza acerca del gobierno de “la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad” (1 Ti. 3.15), el Señor dejó instrucciones precisas, claras y asequibles a todos los hermanos, de modo que no fuera difícil ser fieles a la verdad. Empero, hoy la Iglesia está siendo gobernada por mujeres que enseñan desde los púlpitos sin reparar en una frontal violación al diseño de Dios para su Iglesia y sus vidas. No me ocuparé aquí de justificar al Señor tratando de ablandar esta verdad bíblica para las hermanas. No porque nos las estime sino porque creo que en muchos otros asuntos graves no cejamos en denunciar la apostasía y error, mientras que al parecer este yerro premeditado pasa desapercibido en muchas comunidades cristianas.
La Palabra de Dios dice:
(P)ues no permito que la mujer enseñe ni ejerza dominio sobre el hombre, sino que guarde silencio. Porque primero fue formado Adán, y después Eva; y el engañado no fue Adán, sino que la mujer, al ser engañada, incurrió en transgresión (1 Ti. 2:12–14).
En el estudio de la Biblia se distinguen entre las costumbres y los principios. Las costumbres son aquellas áreas en la Biblia donde se demandó o aceptó una situación en un contexto histórico inmediato. Este es el caso, por ejemplo, de Lc. 10.4 donde Jesús mandó a los discípulos (los setenta y dos) a no llevar bolsa, ni alforja, ni calzado, y que no se detuvieran a saludar a nadie. Un principio, en cambio, es una norma que Dios estableció para que todos la cumpliesen en todas las épocas por venir. Es el caso, también por ejemplo, de la prohibición de la fornicación en 1 Tes. 4:3 y ss.
¿Cómo sabemos qué es un principio transcultural y qué es una costumbre en la Biblia? A veces puede ser difícil pero en el caso de 1 Ti. 2:12–14, que prohíbe a las mujeres enseñar a los hombres, no lo es. Esto se debe a que la prohibición está basada apelando al orden de la creación. El apóstol indica que esta regla tiene su origen en el Génesis, aún antes de la caída, ya que apunta al hecho de que Adán fue creado primero. Esta apelación a la creación es usada en otros lugares como ocurre en el caso de Jesús al enseñar sobre el matrimonio en Mc. 10:7–8. Allí, el Señor cita Gn. 2.24 para adoctrinar acerca de la unión sagrada entre los cónyuges. Lo mismo pasa con Pablo cuando habla acerca de la sumisión de la esposa al esposo y el amor entre ambos en Ef. 4.31. Estas reglas al igual que las que tocan el gobierno de la Iglesia trascienden la cultura.
Así que el apóstol Pablo ordena a la Iglesia de Cristo que solo los hombres posean un estatus de liderazgo en la misma, lo cual incluye la exclusividad de la predicación durante la asamblea solemne el día del Señor a cargo de los varones. La expresión: “que la mujer no ejerza dominio sobre el hombre” lleva en sí un elemento gramatical usado en las gestiones judiciales (authenteo). De manera que se entiende que las mujeres tampoco pueden ser oficiales de la Iglesia, quienes son al final los que dirigen y pastorean a la grey de Cristo. De hecho, del contexto de 2 Ti. 2.12 se descubre que bajo la influencia de los falsos maestros algunas mujeres habían tomado cargos de liderazgo en la congregación y Pablo estaba allí para corregirlos.
Esta prohibición a las mujeres no es absoluta. La Biblia no ordena que las mujeres callen bajo cualquier circunstancia. 1 Ti. 2.11 dice que ellas deben aprender en silencio y con toda sujeción, pero 1 Co. 11.5 registra que las mujeres de hecho oraban y hablaban durante el culto cristiano. Así las cosas, el silencio y sujeción de la mujer en la Iglesia debe entenderse como una señal de respeto y sumisión ante el gobierno de los ancianos. Las hermanas santas y honorables se sujetarán -como el resto de los varones que no son oficiales de la Iglesia- a la enseñanza y guía de los hombres (1 Ti. 3: 1 y ss; Ti.1:5 y ss.) que fueron ordenados al santo ministerio pastoral y al santo ancianato.
Como se puede observar, esta regla respecto a las mujeres cristianas no se basa en la capacidad intelectual, moral ni fortaleza espiritual de hombres y mujeres, sino en un orden de gobierno que Dios dispuso porque así lo quiso desde el principio (1 Ti. 2.13), obedeciendo al diseño con que nos creó. Abundan las hermanas que superan a los hombres en grados académicos teológicos, que poseen una enorme capacidad comunicativa y expositiva de la Palabra, que llevan vidas de profunda comunión con Dios y saben comunicar el consejo santo a los demás. Hoy en día, en el trágico escenario evangélico, no es raro hallar hermanas cuya devoción al estudio bíblico sistemático supera el de ancianos y diáconos con creces. Esta es una vergüenza no porque se trate de mujeres superando a los hombres -lo cual es irrelevante a la discusión- sino porque los oficiales de la Iglesia deberían ser los más responsables y adelantados en estas tareas pastorales. Pero a pesar de todo esto, Dios dejó registrado que las mujeres no accedieran al pastorado y no tomaran la enseñanza en su poder.
Esta es la posición bíblica que me parece más clara y que deseo que mis hermanas comprendan, para la gloria de Dios.

(http://www.semillabiblica.org/?p=209)


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