jueves, 21 de enero de 2016

Los Valdenses / Il Nuovo Testamento Valdese


En los valles alpinos del Piamonte existieron durante siglos
congregaciones de creyentes que se llamaban a sí mismos Hermanos, y que más tarde llegaron a conocerse ampliamente como Valdenses o Vaudois, aunque ellos no aceptaban el nombre.
Ellos trazaban su origen en aquellas regiones hasta los tiempos apostólicos. Al igual que muchos de los llamados cátaros, paulicianos y otras iglesias, estas no eran iglesias “reformadas”, pues nunca se habían degenerado del modelo del Nuevo Testamento como lo habían hecho la Iglesia Romana, Griega y otras, sino que habían mantenido siempre, aunque en grados variables, la tradición apostólica. Desde la época de Constantino había existido una sucesión de aquellos que predicaban el Evangelio y fundaban iglesias sin dejarse influenciar por las relaciones existentes entre la Iglesia y el Estado. Esto explica la gran cantidad de grupos cristianos, bien fundados en las Escrituras y libres de la idolatría y de otros males imperantes en la Iglesia dominante y nominal de aquel tiempo, que fueron hallados en los montes del Tauro y en los valles alpinos.
Estos últimos, en el tranquilo aislamiento de sus montañas, no habían sido afectados por el desarrollo de la Iglesia Romana.
Ellos consideraban que las Escrituras, tanto en lo referente a doctrina como al orden de la iglesia, eran la autoridad para su tiempo y que no se encontraban obsoletas debido al cambio de circunstancias. De ellos se dijo que todo su modo de pensar y actuar era un esfuerzo por mantener firme el carácter del cristianismo original. Una prueba de que ellos no eran “reformistas” es su relativa tolerancia de la Iglesia Católica Romana, mientras que el reformista casi inevitablemente acentúa la maldad de aquello de lo cual se ha separado, a fin de justificar sus actos.
En su trato con sus contemporáneos que se separaron de la Iglesia de Roma, así como más adelante en sus negociaciones con los reformistas de la Reforma, este reconocimiento de lo que era bueno en la Iglesia que los persiguió aparece repetidamente.
El inquisidor Reinerio, quien murió en 1259, ha dejado constancia de esto: En lo que se refiere a las sectas de los antiguos herejes, obsérvese que han existido más de setenta, de las cuales todas, excepto las sectas de los maniqueos, los arrianos, los runcarianos y los leonistas que han infectado a Alemania, con el favor de Dios han sido destruidas. Entre todas estas sectas, que aún existen o han existido anteriormente, no existe ninguna más nociva para la Iglesia que la de los leonistas, y esto se debe a tres razones fundamentales. La primera: Esta ha sido la de mayor continuación, pues muchos dicen que ha perdurado desde la época de Silvestre, y otros dicen que ha perdurado desde el tiempo de los apóstoles. La segunda: Es la más diseminada, ya que apenas hay un país en que esta secta no existe. Y la tercera: Mientras todas las otras sectas, por medio de la gravedad de sus blasfemias contra Dios, infunden terror a los oyentes, esta de los leonistas tiene una gran apariencia de piedad en vista de que ellos viven de manera piadosa ante los hombres y creen en todas las cosas con relación a Dios, junto con todos los artículos contenidos en el credo; sólo que ellos blasfeman contra la Iglesia Romana y el clero, sentimiento que la gran multitud del laicado esta más que dispuesta a compartir.”
Pilichdorf, un escritor posterior, y además, un enemigo acérrimo de las sectas, escribió que las personas que afirmaban haber existido desde la época del Papa Silvestre eran los Valdenses.
Algunos han sugerido que Claudio, Obispo de Turín, fue el fundador de los Valdenses en las montañas del Piamonte. Él y ellos tenían mucho en común, y deben haberse fortalecido y animado los unos a los otros, pero los hermanos llamados Valdenses eran de origen más antiguo. Marco Aurelio Rorenco, prior de San Roque en Turín, recibió la orden en 1630 de escribir un informe de la historia y las opiniones de los Valdenses. Él escribió que los Valdenses eran demasiado antiguos como para dar una certeza absoluta a la fecha exacta de su origen, pero que, en todo caso, ni siquiera en los siglos IX y X eran una secta nueva. Y agregó, además, que en el siglo IX, muy lejos de ser una secta nueva, eran más bien considerados una raza de fomentadores y promotores de opiniones que los precedieron. Más adelante, Marco Aurelio escribió que Claudio de Turín debía ser incluido entre aquellos
fomentadores y promotores, en el sentido de que negaba la debida reverencia a la santa cruz, rechazaba la veneración e invocación de los santos y, además, era un destructor principal de las imágenes. En su comentario sobre la Epístola a los Gálatas, Claudio enseña claramente la justificación por medio de la fe, y señala el error de la Iglesia al desviarse de esa verdad.
Los hermanos en los valles jamás perdieron el conocimiento y la conciencia de su origen e historia ininterrumpida allí. Cuando desde el siglo XIV en adelante los valles fueron invadidos y la gente tuvo que negociar con los gobernantes vecinos, ellos siempre hicieron hincapié en esto. A los príncipes de Savoya, que se relacionaron con ellos por más tiempo, pudieron siempre defender la uniformidad de su fe sin temor a contradecirse, de padre a hijo, desde tiempos inmemoriales, incluso desde la misma época de los apóstoles.
A Francisco I de Francia, en 1544, ellos le dijeron: “Esta confesión es la que hemos recibido de nuestros antepasados, incluso de generación en generación, según sus predecesores en todo tiempo y época la han enseñado y dado”
Unos años más tarde, al Príncipe de Savoya le dijeron: “Considere, su Alteza, que esta religión en la cual vivimos no es simplemente nuestra religión del presente o una religión descubierta por primera vez hace sólo unos pocos años, como nuestros enemigos falsamente pretenden hacer creer, sino que esta es la religión de nuestros padres y de nuestros abuelos, sí, de nuestros antepasados y de nuestros predecesores aun más lejanos en el tiempo. Es la religión de los santos y de los mártires, de los confesores y de los apóstoles.”
Cuando los valdenses entraron en contacto con los reformistas en el siglo XVI, dijeron: En repetidas veces nuestros antepasados nos han contado que nosotros hemos existido desde la época de los apóstoles. Sin embargo, coincidimos con ustedes en todos los asuntos y, creyendo como ustedes desde los mismos días de los apóstoles, siempre hemos sido constantes con relación a la fe.”
Al regreso de los Valdenses a sus valles, el líder de los reformistas, Henri Arnoldo, en 1689, dijo: “Hasta sus adversarios dan fe de que su religión es tan primitiva como su nombre es venerable”. Luego cita a Reinerio el Inquisidor que, en su informe al Papa sobre el tema de la fe de los
Valdenses, admite: “Ellos han existido desde tiempo inmemorable”.
No sería difícil”, continua Arnoldo, “demostrar que este pobre grupo de los fieles se encontraba en los valles del Piamonte desde hace más de cuatro siglos antes de la aparición de personajes extraordinarios como Martín Lutero y Calvino y las luces subsiguientes de la Reforma. Tampoco su iglesia ha sido alguna vez reformada de donde surge el título de evangélica. 
Los Valdenses en realidad son descendientes de aquellos refugiados de Italia, que, después que el apóstol Pablo había predicado allí el Evangelio, dejaron su patria amada, como la mujer a la cual se hace mención en el libro de Apocalipsis, y huyeron a estas montañas lejanas donde hasta el día de hoy han trasmitido el Evangelio de generación en generación con la misma pureza y simplicidad como fue predicado por el apóstol Pablo.”
Pedro Valdo de Lyón, un próspero comerciante y banquero, fue estimulado a ver su necesidad de salvación a causa de la muerte repentina de uno de los invitados a una fiesta que él había dado. A partir de ese momento se interesó tanto por las Escrituras que empleó a algunas personas para que le tradujeran pasajes de las mismas al dialecto romance (1160). Él había quedado conmovido por la historia de San Alejo, de quien se contaba que había vendido todo lo que tenía y había ido en peregrinación a la Tierra Santa. Un teólogo dirigió a Valdo a las palabras del Señor en Mateo
19.21: “Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme”. Por lo tanto, Valdo cedió sus bienes raíces a su esposa, vendió el resto y lo distribuyó entre los pobres (1173).
Pedro Valdo se dedicó por un tiempo al estudio de las Escrituras y luego (1180) se entregó a los viajes y a la predicación, tomando como guía las palabras del Señor: “Designó el Señor también a otros setenta, a quienes envió de dos en dos delante de él a toda ciudad y lugar adonde él había de ir. Y les decía: La mies a la verdad es mucha, mas los obreros pocos; por tanto, rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies. Id; he aquí yo os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni calzado; y a nadie saludéis por el camino” (Lucas 10.1–4).
Sus compañeros le acompañaron, y viajando y predicando de esta manera, ellos llegaron a conocerse como los “pobres de Lyón”. Su solicitud de reconocimiento ante el tercer Concilio de Letrán (1179), bajo el Papa Alejandro III, ya había sido rechazada con desdén. Entonces fueron expulsados de Lyón y excomulgados (1184) mediante un edicto imperial.
Fueron dispersados por los países vecinos, y su predicación demostró ser muy eficaz, de manera que los “pobres de Lyón” se convirtió en uno de los muchos nombres atribuidos a aquellos que seguían a Cristo y su enseñanza.
Un inquisidor, David de Augsburgo, dijo: “La secta de los ‘pobres de Lyón’ y otras similares se hacen cada vez más peligrosas mientras más se visten con la apariencia de piedad (…) su estilo de vida es, según su apariencia externa, humilde y modesto, pero el orgullo habita en sus corazones”. Ellos dicen que hay piadosos entre ellos, “pero no ven”, continua David, “que nosotros tenemos muchos más y mejores hombres que ellos, y que no se visten de simple apariencia, mientras que entre los herejes todo es maldad cubierta de hipocresía”.
Una antigua crónica habla sobre como en una fecha tan temprana como el año 1177 “los discípulos de Pedro Valdo fueron de Lyón a Alemania y comenzaron a predicar en
Frankfurt y en Nuremberg, pero como el Concilio en Nuremberg fue advertido de que debían capturarlos y quemarlos, estos huyeron hacia Bohemia”.
Las relaciones de Pedro Valdo con los Valdenses eran tan estrechas que muchos aseguran que él fue su fundador, aunque otros derivan el nombre de los valles alpinos, Vallenses, lugar donde muchos de aquellos creyentes vivieron. Es cierto que Valdo fue muy estimado entre ellos, pero no es posible que él haya sido su fundador, porque ellos fundaron su fe y práctica en las Escrituras y fueron seguidores de aquellos que desde las épocas más primitivas habían hecho lo mismo. Para el mundo el hecho de atribuirles el nombre de un hombre destacado entre ellos fue sólo cuestión de seguir la costumbre normal de sus adversarios, a quienes no les gustaba admitir su derecho a llamarse “Cristianos” o “Hermanos”, como ellos mismos se llamaban entre sí.
Pedro Valdo continuó sus viajes y con el tiempo llegó a Bohemia donde, después de haber trabajado y sembrado mucha semilla durante muchos años, murió (1217). El fruto de su esfuerzo fue visto en la cosecha espiritual que se dio en aquel país en la época de Juan Hus, e incluso más
adelante. La aparición de Pedro Valdo y su grupo de predicadores le dio un impulso extraordinario a las actividades misioneras de los Valdenses, que hasta ese momento habían estado un tanto aislados en sus valles remotos, pero ahora iban a todas partes predicando la Palabra de Dios.

(La Iglesia Peregrina – E. H. Broadbent – Cap. V – www.elcristianismoprimitivo.com)


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El aceptar formar parte de la Reforma los metió de lleno en las guerras de religión que sacudieron Europa. Los valdenses asentados en regiones mayoritariamente protestantes no tuvieron problemas para mantener su fe. No así en regiones católicas, donde su apoyo a las tesis luteranas les valió sufrir numerosas persecuciones (más violentas de las que ya padecían). Una de las consecuencias más terribles fue la Masacre de Mérindol, donde cientos de valdenses fueron asesinados y numerosos pueblos arrasados, por orden del rey de Francia Francisco I. El Edicto de Nantes (1598), que establecía la libertad de culto, les dio un cierto respiro, pero después de que Luís XIV revocara el Edicto en 1685, ocho mil de ellos fueron forzados a convertirse al catolicismo y otros tres mil escaparon a Alemania. Tampoco les fue demasiado bien en el Piamonte, una de las regiones donde más peso tenían; en 1655, el Duque de Saboya, Carlos Manuel II, asesinó a 1700 de ellos en lo que se llamó la "Pascua del Piamonte". En 1686, su sucesor, Víctor Amadeo II, obligó a otros 2500 a exiliarse a la fuerza en Suiza; aunque lograrían regresar en 1689, en lo que se llamó "el Glorioso Retorno". Pese a ello, siguieron padeciendo persecuciones, conversiones forzadas y destierros durante décadas. No fue hasta la Revolución de 1789 en Francia, y 1848 (año en el que Carlos Alberto, rey del Piamonte y Cerdeña, les concedió la libertad de culto y derechos civiles) en el Piamonte, en que los valdenses pudieron practicar libremente su fe.

(laescaleradeiakob.blogspot.com -
 Los valdenses, 01/09/2014)                                      



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1655 - "Pascuas Piamontesas": Masacre de los Valdenses en los Valles; protagonismo del caudillo campesino Josué Janavel y del Moderador, Pastor Léger.

Años después, ambos van al exilio.


Josué Janavel

     Jean Léger










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Il Nuovo Testamento Valdese


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