viernes, 19 de junio de 2015

Prisioneros

Si te ocurre que en tu andar diario arrastras desde hace mucho tiempo o años, una carga muy pesada o peor aún, depositada sobre tus hombros y que te impide andar en la libertad que Jesús otorga. Ya es crónica y puede representar una enfermedad física, emocional o espiritual. un temor específico, un problema laboral. familiar. un rasgo de carácter negativo hereditario. ( y qué voy a hacer, lo heredé!), una adicción, un vicio, malas compañías…
Lamentablemente, te acostumbraste a andar con ella o crees que ya pasó mucho tiempo y nada se puede hacer. O puede ser que tal vez, percibas que hay algo que te obstaculiza desde hace años, pero aún no lo identificaste. Puede ocurrir que llegues a ser prisionera de esta “carga”, viviendo sometida a ella y hasta encerrada en una jaula de oro, a veces, y otras, en una jaula miserable. Pero prisionera, al fin.
JESÚS VINO A LIBERTAR A LOS CAUTIVOS. De acuerdo a la Palabra de Dios, no existen puertas cerradas que tú no puedas cruzar si quieres ir al encuentro del Señor Jesús para que Él te libere.

MARCOS 2: 1-12.

Curación del paralítico de Cafarnaúm. 
Mosaico de S. Apollinare Nuova, S.VI Ravenna, Italia.

Jesús estaba en casa y se agolpó mucha gente en la puerta. Él les predicaba la Palabra. Entonces aparecieron cuatro hombres cargando un lecho con un paralítico, quienes haciendo una abertura en el techo, lo bajaron por ahí.
Al ver Jesús la Fe de ellos, le dijo al enfermo:
-“Hijo, tus pecados te son perdonados… Levántate, toma tu lecho y vete a tu casa”. ¡Y así fue!

MARCOS 5: 1-20.
Jesús descendió de la barca en la región de los gadarenos. Y vino a su encuentro un hombre con un espíritu inmundo,(llamado legión: pues eran muchos demonios), que moraba en los sepulcros y nadie lo podía dominar. Cuando lo vio a Jesús de lejos, corrió y se arrodilló ante Él. Jesús le ordenó al espíritu inmundo que lo abandone. ¡El hombre quedó libre!



JUAN 5: 1-9.
En el estanque de Betesda yacía una multitud de enfermos. Entre ellos había un hombre que hacía 38 años padecía de parálisis. Cuando Jesús pasó y lo vio acostado, le preguntó:
-¿Quieres ser sano?
-Señor: el primero que desciende después del movimiento del agua queda sano. Yo no tengo quien me meta en el agua y otro siempre me gana en llegar.
-Levántate, toma tu lecho y anda. ( le dijo Jesús).
¡Y así fue!


En el primer caso, fueron los amigos quienes al enterarse de que Jesús estaba en el lugar, decidieron actuar a su favor, ya que por él mismo no podía llegar a Jesús. Fue tal su decisión, que no hicieron caso de los obstáculos que se les presentaban, ¡y lo bajaron por el techo!
En el segundo caso, el hombre endemoniado ya estaba acostumbrado a que otros hombres vinieran a maltratarlo, a atarlo con cadenas y grillos… Nadie curaba sus heridas que él mismo se hacía con piedras. Vivía en los sepulcros donde reinaba la muerte. De día y de noche gritaba… Cuando de lejos reconoció a Jesús, corrió a su encuentro, se arrodilló y lo adoró.
En ambos casos, los hombres fueron al encuentro de Jesús.
En el tercer caso, Jesús movido a misericordia se acercó al hombre y le ofreció sanidad. No lo sanó directamente, sino que le preguntó si quería ser sano, pues Él no impone nada a nadie. Muchas personas viven cómodas en sus jaulas. No anhelan recibir la libertad de parte de Jesús. Cuando el hombre le manifestó que quería ser sano, ahí Jesús lo liberó.
Imposibilitados. Prisioneros. Querían ser libres. Lo intentaban una y otra vez, pero no lo lograban. A pesar del tiempo transcurrido, treinta y ocho años en un caso, perseveraban para alcanzar su liberación. ¡Hasta que apareció Jesús!

El centurión respondió: -"Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo, mas solamente dí la palabra y mi criado será sanado". -"Ve y como creíste te sea hecho" (Mateo 8: 6-10).

Si tú aún no eres libre en Jesús, porque no lo has recibido como tu Salvador Personal, o, eres cristiano pero reconoces que aún arrastras una “carga” o que eres “prisionero” de algo, te invito a que vayas al Encuentro del Señor Jesús, te postres delante de su Presencia y le adores como Dios.
Ábrele tu corazón y permite que su Luz Divina te ilumine por completo, para confesar todo pecado reciente, antiguo, escondido…





Confiésale a Jesús cuál es tu situación y declárale que crees que sólo Él puede darte la liberación que tanto anhelas. No hace falta un gran espectáculo ni emocionalismo.
A semejanza del centurión, con sencillez y humildad, creyendo que Jesús dijo: “Al que a Mí viene no le hecho fuera”, postrado ante Él, realiza tu petición: - “Señor Jesús: solamente dí la Palabra y seré libre de ……….."
¡Gracias Señor Jesús! ¡Alabemos a Dios!


VETE A TU CASA, A LOS TUYOS, Y CUÉNTALES CUÁN GRANDES COSAS EL SEÑOR HA HECHO CONTIGO, Y CÓMO HA TENIDO MISERICORDIA DE TI.” Sr. Jesús. (Marcos 5:19).


(Elena Sanfilippo Ceraso
     viernes 19/06/2015)

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