sábado, 27 de diciembre de 2014

El Regreso del Señor



Texto: Evangelio según San Lucas 19: 11-27 (parábola de las diez minas)

La mina era una moneda que equivalía a cien dracmas. Una dracma era el salario diario de un jornalero y equivalía casi a cuatro gramos de plata. La parábola tiene por finalidad expresar que, los que se hayan esforzado en el servicio del Señor recibirán premio y, los negligentes, castigo. Pero es importante que comprendamos que está referida a la segunda venida de Nuestro Señor, pues en el versículo 11 se nos dice que: “ellos pensaban que el reino de Dios se manifestaría inmediatamente”. Y puesto que los discípulos pensaban así, Jesús les tuvo que hacer saber que habría una demora. En el relato paralelo de Mateo 25, en el versículo 19 dice: “después de mucho tiempo vino el Señor”. En el texto que nos ocupa, Jesús se compara con un hombre de noble cuna que fue a un “país distante” para que lo nombraran rey y regresar después. Con el tiempo, los discípulos comprendieron que lo que el Señor quería decir era que Él tenía que ascender a los cielos para ocupar su trono allí, antes de poder regresar nuevamente a la tierra como Rey. La comparación misma con un viaje a un país distante, hace resaltar el hecho de que estaría fuera por largo tiempo. Cuánto tiempo sería, Jesús no lo dijo. Dios Padre retuvo la información del regreso de su Hijo con el fin de evitarnos los peligros de la tardanza. En Mateo 24:48-51 nos dice el porqué: allí se habla de un siervo malvado que se decía a sí mismo:-“Mi Señor tarda en venir”; y ¿qué es lo que hizo?, comenzó “a golpear a sus consiervos, y aún a comer y a beber con los borrachos”; por lo que nos dice la Palabra que:”Vendrá el Señor de aquel siervo el día que este no espera, y a la hora que no sabe, y lo castigará duramente, y pondrá su parte con los hipócritas; allí será el lloro y el crujir de dientes”. Es decir que, el ocultamiento de esta información, tiene como motivo que nos mantengamos vigilantes, preparados para el momento en que Él vuelva.

Se cuenta de una buena vecina que afectuosamente recriminaba a una ancianita que cuidaba una casa, por su celo en barrer y limpiar todos los días gastando sus pocas fuerzas, cuando sus patrones estaban ausentes la mayor parte del año. Ella le contestó: “-Como no se cuando vuelven, no quiero que me sorprendan con la casa sucia”. Y es así, hermanos y amigos, el Señor viene y no sabemos cuando, por lo que es necesario estar preparados, sin nada sucio ante su aparición. Para que muchos no nos sintamos tentados a seguir el ejemplo del siervo malvado del relato, el Padre Celestial dispuso que no conozcamos el momento en que regresará Jesús, porque de esta manera hay mayor posibilidad que seamos fieles si sabemos que debemos estar siempre alertas, listos en cualquier momento para recibirlo.
Pero aunque Jesús indicó que pasaría mucho tiempo, insistió repetidamente que su venida sería tan repentina como inesperada. Los creyentes fieles no serían tomados por sorpresa, porque ellos estarían esperando y trabajando, sin importarles lo mucho que se tarde la venida del Señor (Lc. 12:35-38). Solo serían sorprendidos si dejaban que sus corazones “se carguen de glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida” (Lc. 21:34). En tal caso vendría de repente sobre ellos aquel día, inesperado “como un lazo”. Jesús nos advirtió en Lc. 21:36: “Velad, pues, en todo tiempo, orando que seáis tenidos por dignos de escapar de todas estas cosas que vendrán, y de estar en pie delante del Hijo del Hombre”. Y entre las últimas palabras de Jesús que recoge el Nuevo Testamento, se halla esta declaración: “¡He aquí, vengo pronto!” (Apoc. 22:7).
La Palabra de Dios nos advierte que algunos se burlarán diciendo: “¿Dónde está la promesa de su advenimiento? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación” (2 Pedro 3:4). Sin embargo, debemos recordar que Dios no mira el tiempo del mismo modo que nosotros, ya que “para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día” (2 Pedro 3:8). A nuestro Dios le interesa de manera particular la tardanza, ¿para qué? Para que los creyentes puedan seguir predicando el Evangelio y haya mayor número de personas que acudan al arrepentimiento. Los dones del Espíritu Santo constituyen a los miembros del Cuerpo de Cristo, que tiene como función hacer la obra que cada día crezca el número de los salvados. Si los creyentes son negligentes, no se hace la obra redentora, porque “¿cómo se convertirán si no hay quién predique?”. El Reino se establecerá con la venida del Señor, pero cada día se establece en aquel corazón en el cual Cristo pasa a reinar con su Palabra y su Espíritu Santo.
Por consiguiente, hermanos y amigos, tenemos que comprender que es bueno vivir en la tensión entre el “ya viene el Señor” y el “todavía no”. Jesús comparó el mundo del momento de su venida con aquel de los días de Noé: a pesar de las advertencias, de la predicación, de la construcción del arca y el juntar los animales, las personas no hacían caso, no se arrepentían y se burlaban de Noé, porque no creían que podía venir el juicio divino. El día del diluvio fue para ellos como cualquier otro día, hicieron planes para comer, trabajar y festejar; sin embargo, en ese día, el mundo que conocían llegó a su fin. Lo mismo ocurrirá con el mundo presente: va a seguir ciegamente adelante haciendo sus propios planes hasta el día en que Jesús regrese.
Tal como lo confirma Mt. 24:40-41: “estarán dos en el campo; el uno será tomado, y el otro será dejado. Dos mujeres estarán moliendo en un molino; la una será tomada, y la otra dejada”. Es decir, las personas estarán dedicadas a sus tareas diarias normales, y de pronto vendrá la separación entre los creyentes y los incrédulos.
Si bien el Señor no nos recomendó estar pendientes de las señales de su venida para que, de este modo, la Iglesia esté siempre preparada. Sin embargo nos dice en Mt. 24: 32-35: “De la higuera aprended la parábola: cuando ya su rama está tierna y brotan las hojas, sabéis que el verano está cerca. Así también vosotros, cuando veáis todas estas cosas, conoced que está cerca, a las puertas. De cierto os digo, que no pasará esta generación hasta que todo esto acontezca. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”.Este pasaje es muy importante, en vista de que algunos burladores modernos, se empecinan en desmentir que nos hallamos en los últimos tiempos y que el regreso del Señor está cercano. Para ellos el aumento de la delincuencia y la inseguridad, las guerras, terremotos y otras señales, no tienen nada de particular respecto a otras épocas históricas. Terminan repitiendo como el siervo malvado de la parábola: “Mi Señor tarda en venir”. Pero si el constante movimiento mundial hacia la unificación económica y política no fuera suficiente para llamar poderosamente nuestra atención (vean cuanta similitud hay entre la globalización y Babilonia la Grande de la profecía), si lo deben hacer estas palabras enfáticas del Señor Jesús: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán". Las señales anunciadoras del fin, fueron pronunciadas en el contexto de la caída de Jerusalén, lo que efectivamente se lleva a cabo en el año 70 de nuestra era por las huestes romanas del emperador Tito que destruyen la ciudad y el templo, ¡cuarenta años después y de manera precisa como lo predijo el Señor!. Un hermano expresó en una oportunidad: la higuera es el pueblo de Dios; los brotes son las señales ¡pero el verano es el Señor mismo!; así que, más allá de las señales, nuestra gran seguridad es que ¡el Señor viene!, aunque se tarde, como el florecimiento de la higuera en el verano, ¡Maran Athá!.
No queremos ser alarmistas, pero las señales del regreso del Señor se están cumpliendo a un ritmo vertiginoso, y los cristianos no parecen muy entusiasmados con ello. Se cuenta que, en cierta ocasión, un predicador hizo esta pregunta a su congregación:-“¿Cuántos de ustedes quieren ir al Cielo? ¡Pónganse de pie en sus lugares!”. Sin dudarlo un momento, todo el auditorio se puso de pie. El predicador les dijo entonces:-“¿Cuantos quieren ir ahora mismo?”. Aturdidos ante la inesperada pregunta, todos volvieron rápidamente a sentarse en sus lugares. Muchísimos cristianos son como los del relato: cantan fervorosamente himnos relacionados con el tema de la segunda venida, pero prefieren que el regreso del Señor se retarde lo suficiente. Hablamos del Cielo mientras trabajamos más para este mundo que para el Señor, sin darnos cuenta que es imposible tener un verdadero gozo en la esperanza celestial y decir “venga tu reino”, cuando a la vez estamos profundamente absorbidos por la tierra.
El regreso del Señor tendría que ser uno de los eventos que más reconforta a un cristiano. Debemos velar y amar su venida, aún más allá de esperarla. La Palabra de Dios nos exhorta a que estemos alerta, pues vendrá de repente y falta muy poco para que este evento se cumpla. Debemos tener en cuenta que, si la recompensa del Señor será grande, también lo será el castigo para todos aquellos que no supieron apreciar el perdón que Dios ofrece en el sacrificio de Cristo durante este tiempo de gracia. Por lo tanto, si alguien no es del Señor, que no pierda tiempo y acuda a Cristo ahora, no pierda esta oportunidad, pues se termina la época de la gracia, y el Señor viene a buscar a quienes hayan puesto su fe y confianza en Él como Salvador personal y Señor de sus vidas. Los creyentes deben vivir cada día expectantes de su aparición afirmando sus corazones en santidad delante de Dios. Lo cual implica que deben mostrar la realidad de una vida separada de todo aquello que no agrada al Dueño de sus almas.
Sería beneficioso reflexionar que virtudes tiene para nosotros el pensamiento del regreso del Señor, si lo estamos esperando de forma pasiva; si motiva nuestras vidas haciéndonos más fieles, más consagrados, más cuidadosos de nuestras acciones públicas y privadas; si nuestros corazones arden frente a este evento. Confrontemos nuestras vidas cada día con la voluntad del Señor expresada en las Sagradas Escrituras; familiaricémonos con ellas, lo que redundará en la santidad que conviene y corresponde ante Dios.
Hermanos queridos ¡qué gloriosa esperanza! El Señor viene como ladrón en la noche, pero nosotros no estamos a oscuras, porque somos “del día”. Estemos preparados pues, para que cuando Él venga sin aviso, nos encuentre con aceite en las lámparas.

(Pablo Claudio Salvato

       09/02/1999)

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